Segunda tumba a la izquierda by Darynda Jones

Segunda tumba a la izquierda by Darynda Jones

autor:Darynda Jones [Jones, Darynda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


11

Uno puede observar muchas cosas con solo mirar.

YOGI BERRA

—¿No se te ocurrió buscarlo en Google?

—Bueno, a ti tampoco —se defendió Cookie cuando le pregunté por Reyes en el coche, de camino a Santa Fe—. Consulté las bases de datos oficiales y encontré el expediente policial y la información referente a su condena. Y visité la página de The News Journal para los artículos sobre el juicio.

—¿Y no se te ocurrió buscarlo en Google?

—A ti tampoco —repitió, consternada. No había dejado de teclear en su portátil.

—¡Clubes de fans! —exclamé, algo más que ligeramente escandalizada—. Tiene clubes de fans. Y montañas de correspondencia.

Una afilada punzada de celos me atravesó el pecho y abrió un agujero en él. Metafóricamente hablando. Cientos de mujeres, tal vez miles, sabían más acerca de Reyes Alexander Farrow que yo.

—¿Por qué iba a alguien a crear un club de fans de un recluso? —se extrañó Cookie.

Aquello mismo le había preguntado a Neil.

—Por lo visto, hay mujeres por ahí obsesionadas con los presos. Rebuscan entre los artículos de noticias y documentos procesales hasta que encuentran condenados atractivos y entonces o bien emprenden una cruzada para demostrar que el preso es inocente, como todos aseguran, o bien se limitan a admirarlo de lejos. Neil dijo que para algunas mujeres es casi como una competición.

—Hay que estar loco.

—Estoy de acuerdo, pero piénsalo, esos hombres tienen muy poco entre lo que elegir. Tal vez ellas lo hacen porque están prácticamente seguras de que los presos las aceptarán. Es decir, ¿quién se va a negar a que una mujer le envíe cartas de amor o vaya a la cárcel a hacerle una visita? Esas mujeres no tienen nada que perder.

Cookie me dirigió una mirada cargada de preocupación.

—Parece que te lo has tomado bastante bien.

—En realidad, no —admití, sacudiendo la cabeza—. Creo que todavía estoy en estado de shock. Es que, cielo santo, hasta cuentan historias.

Cookie también parecía profundamente afectada. Estaba aprovechando para navegar por la red de camino a casa de una tal Elaine Oake, cuando abrió los ojos como platos, medio embobada.

—Y tienen fotos.

—Y cuentan historias. Espera, ¿qué? ¿Tienen fotos?

En interés de la seguridad vial, decidí detener el coche en al arcén de la autovía. Encendí las luces de emergencia y me volví hacia la pantalla de Cookie. La Virgen de la pera limonera. Tenían fotos.

Una hora después nos encontrábamos ante la puerta de la mujer a la que solo podía referirme como la Acosadora. Porque, vamos a ver, ¿aquello iba en serio? ¿Pagaba a funcionarios de prisiones y a otros reclusos para obtener información sobre Reyes? ¿Para que le robaran? No es que yo no hubiera hecho lo mismo, pero al menos tenía una buena razón.

Nos abrió una mujer alta y delgada. Era rubia y llevaba el pelo corto y peinado de modo informal, alborotado, aunque dudaba que ni uno solo de aquellos cabellos no estuviera exactamente en el lugar que ella había decidido.

—Buenas, ¿la señora Oake?

—Sí —contestó, con un levísimo tinte de preocupación en la voz.

—Desearíamos hacerle unas cuantas preguntas sobre Reyes Farrow.



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